Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo, del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía en compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
dormir parecía ai blando arrullo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡Quién así, pensaba, dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh, si las flores duermen, qué dulcísimo sueño!
jueves, 7 de enero de 2010
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